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El tigre de Aracataca

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TRANSPARENCIA

POLÍTICA

Erwin Macario

El tigre de Aracataca

Hay que acordarse de Aracataca

antes de que se la coma el tigre.

Gabriel García Márquez/ Obra

periodística 2. Entre cachacos

 

Cuatro años antes que Gabriel García Márquez regresara definitivamente a su pueblo natal, para recorrerlo milímetro a milímetro, desde el infinito en que vive, sus pobladores intentaron renombrarlo como Macondo, el nombre que Gabo universalizó en sus novelas La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá Grande, La mala hora, y Cien años de soledad.

Si bien el Premio Nobel de Literatura 1982, en su autobiografía Vivir para contarla explica que Macondo —que adoptó por su sonoridad poética—, lo tomó del nombre de una finca bananera cercana a Aracataca, sus vivencias en este pueblo marcaron la literatura universal.

De Macondo, de Aracataca, me acordé ayer, a los dos años de la muerte física de Gabo, viendo los ejemplares de su rescate periodístico en cinco tomos, editados por Diana, que forman parte de la biblioteca especializada en periodismo que se está formando en nuestra avocación civil Prensa Unida de Tabasco (Preutab) cuyo primer donativo hizo este columnista.

Textos costeños, el primer tomo, recopila actividad periodística a partir de 1948 hasta 1942, en el diario Universal de Cartagena, donde inició su carrera periodística. Entre Cachacos, de 1954 a 1955, tomo dos; De Europa y América, 1955-1960, tomo tres; Por la libre, 1974-1995, tomo cuatro y Notas de prensa, 1961-1984, el tomo cinco.

Del que me gusta más,  Entre cachacos, me llega el recuerdo del tigre, en un pueblo que, lo verán con Gabo, hay nostalgia de esos animales. Y en ello recuerdo a Aracataca… a Macondo… ¡Y a Gabo!

Aracataca, en la zona bananera de Santa Marta. No tiene muchas oportunidades de salir en letras de molde, y noporque se le acaben las aes a los linotipos, sino porque es una población rutinaria y pacífica, desde cuando pasó la verde tempestad del banano. En estos días ha vuelto a aparecer su nombre en los periódicos relacionadas sus cinco repetidas y trepidantes vocales con las dos sílabas de un tigre que acaso sea uno de los tres tristes tigres del conocido trabalenguas, metido ahora en el mismo trabalenguas de Aracataca.

Aunque sea cierto, como indudablenmte lo es, la noticia del tigre de Aracataca no parece serlo. En Aracataca no hay tigres, y quien lo ha dicho tiene motivos de sobra para saberlo. Los tigres de la región cayeron hace muchos años, fueron vendidos para fabricar alfombras en distintos lugares de la tierra, cuando Aracataca era un pueblo cosmopolita donde nadie se bajaba del caballo para recoger un billete de cinco pesos. Después, cuando se acabo la fiebre del banano y los chinos, los rusos, los ingleses y los emigrantes de todo el mundo se fueron para otra parte, no dejaron ni rastros del antiguo esplendor, pero tampoco dejaron tigres. En Aracataca no dejaron nada.

Sin embargo valdría la pena de que fuera cierto el cuento del tigre para que los linotipos volvieran a insistir cinco veces sobre una misma letra y alguien se acordara otra vez de Aracataca —la tierra de Radagraz, como ha dicho un autor profesional de chistes— y alguien pensara en ella como tarde o temprano se piensa en todos los municipios de Colmbia, inclusive en los que no tienen nombres tan difíciles de olvidar.

Hay que acordarse de Aracataca antes de que la coma el tigre.

Ayer domingo, antes de ir con mis nietos, me acordé de Aracataca y su tigre. Y de Macondo, ese pueblo fundado por José Arcadio Zentella, cuando iba a cruzar las montañas, caminando hacia el oeste como los primeros pueblos allá por el Tigris y Eúfrates, buscando una salida al mar.

Me acordé que en Crónica de una muerte anunciada se menciona el pueblo de Macondo. Y que en La increible y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, la caravana donde se explota a Eréndira llega a Macondo.

Ganándole al tigre recordé que Macondo es como mis pueblos, San Pedro, en Balancán; o Tenosique, construido a orillas de un río “con un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.

Que como Tabasco, se encuentra en una ciénaga inmensa donde Gabriel García Márquez recrea, en uno de los tomos hoy citados, la historia de La Marquesitade  La Sierpe, su herencia sobrenatural, la extraña idolatría de la sierpe…

Y no me quedo con las ganas de regalarles, también: “Así explican los habitantes de La Sierpe la pérdida de uno de los poderes más útiles: la facultad de caminar sobre las aguas, que fue poseída y disfrutada por una conocida familia de la región durante muchos años y  y p’érdida hace poco y para siempre por un primogénito díscolo y despilfarrador que trató de jugarla a las cartas”