TRANSPARENCIA
POLÍTICA
Erwin Macario
Miedo II
Los seres que vivimos dentro de
las rejas de un penal no tenemos
un valor. Eramos materia manejable
y con nuestro espíritu se podía hacer
cualquier cosa. José León Sánchez/
La Isla de los Hombres Solos
Carlos Loret de Mola y Ciro Gómez Leyva provocaron, desde ayer, que este espacio de prensa escrita y cibernético abandonara el confort de la política — ejercicio periodístico más fácil cuando el ámbito de sociales y de espectáculos es mal visto por personajes como Roberto Madrazo— para otear el terreno carcelario.
Nada más que si bien en ello no hubo semejanza con los relatos de aquellas novelas sobre encierros como Archipiélago Gulag, Un día en la vida de Ivan Denisovich, Papillón, La isla de los hombres solos, El apando o los libros y la novela, The Kid Was A Killer, sobre Karil Chessman, “El bandido de la luz roja”, los textos de los columnistas inciden en lo grave de la persistencia de las torturas en las cárceles mexicanas, así sea ésta contra el criminal más criminal del mundo.
No se trata, en el caso que antier martes abordaron los columnistas en El Universal, de aquellas torturas que la Santa Inquisición aplicaba para “limpiar el alma del pecador”, o las que —dicen— se aplican en nuestras cárceles para encontrar culpables a través de una confesión invalidada en las actuales leyes penales.
A Joaquín Guzmán Loera le aplican la llamada “tortura blanca”, consistente en no dejarlo dormir el tiempo que todo cuerpo necesita. Al despertarlo cada cuatro horas en su celda para cerciorarse que debajo de sus sábanas todavía está él —cada dos horas dicen sus abogados— se le está torturando. Se le provoca que al privarse del sueño pierda capacidades cognitivas, sufra alucinaciones y otras secuelas.
En un informe sobre los brutales métodos de tortura utilizados por la CIA sobre los prisioneros después del ataque a las Torres Gemelas, se menciona, entre ellos, la privación del sueño o “tortura blanca”, aunque ahí “por lo general, el preso es obligado a permanecer en posición vertical o en alguna postura antinatural y cuando intenta dormir es acosado con fuertes sonidos y luces brillantes”.
En un manual en poder de los soldados británicos en Irak se aconseja: «no dejar dormir a los prisioneros más de cuatro horas seguidas». Cuatro horas seguidas, es lo más que puede dormir El Chapo, según reconocen las autoridades al decir que no se le levanta cada dos horas como dicen sus abogados sino ¡cada cuatro horas! A confesión de parte, relevo de prueba.
Dos, tres o cuatro —quizás hasta cinco— horas de sueño y un despertar brusco, para ver si el reo no se ha marchado de nuevo, en un acto escapista nunca visto en un penal pues hasta la fuga del siglo (del siglo pasado) puede ser superada, no es una medida de seguridad justificada sino una tortura. Tal vez un castigo en cuerpo ajeno a las propias autoridades que en el reo sacian el coraje de acabárseles el negocio de los escapes.
Ningún mexicano se cree el cuento de las fugas sin que nadie haya cooperado desde adentro. David Joel Kaplan, al huir del penal de Santa Martha Acatitla, en 1971, a bordo de un helicóptero Bell 47, piloteado por un ex combatiente de Vietnam, burló hace casi 50 años a las autoridades mexicanas con su entonces considerado el penal de más alta seguridad.
Lo mismo hizo El Chapo, pero dos veces. La primera entre un montón de ropa sucia —como la corrupción en los penales y el gobierno— y después a través de un túnel cuya luz al fondo lo llevó a una libertad que creía definitiva, pero algún día sabremos qué le interrumpió el acuerdo. Porque en todo esto debe haber acuerdo por medio.
En fin, está visto que de las cárceles es posible escapar si se cuenta con dinero. En mi pueblo —perdón por la primera persona— un rico ganadero, don José Paz, apodado El Chulo Paz, se reía cuando lo burlaban diciéndole que podía ir a la cárcel por su ganadería “cruzada” de alto registro. Le insinuaban que era cruzada de un rancho a otro. Y respondía preguntando: ¿cuándo han visto un costal de dinero en la cárcel?
Casi como el anécdota que le adjudican a uno de los ratas sirvientes de la familia mafiosa del poder en Tabasco, Joaquín Ramos Patiño, alias La Patiñé, que ahorita sirve a Federiquito Madrazo, que cuando iba por uno de sus ranchos, en Jonuta, le preguntó un hijo —¿Papá, todo eso es ganado? —Un poco ganado y otro poco robado, pero todo es de nosotros —respondió el uña larga.
LADO CLARO
Como notarán, retorno a los textos de análisis político. No para evitar catilinarias de Nerón Madrazo sino para mantener la congruencia en este quehacer. El lunes habrá buen material. Gracias por leerme.