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AMLO y la prensa

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TRANSPARENCIA

POLÍTICA

Erwin Macario

AMLO y la prensa

They can lead to violence and

people don`t like violence. Erwin

Macario/ Washington Post 240405

El 24 de abril de 2005, Mary Jordan publicó, en el Washington Post, unas declaraciones mías, dentro de un reportaje que tituló “AMLO, dangerous instability”. Se me entrevistó acerca de Andrés Manuel, a quien conocí —y apoyé— desde el inició de su carrera política en el Partido Comunista junto con Nabor Cornelio. Eran mis vecinos en la calle Nicolás Bravo y J. N. Rovirosa. Les di prestado un mimeógrafo que usaba en las síntesis y análisis informativos de mi agencia Sistema Informativo de Tabasco (SIT), en la que por cierto se inició periodísticamente mi hermano Audelino.

Después lo traté en la campaña de Carlos Pellicer a la senaduría y en los gobiernos priistas de Leandro Rovirosa y Enrique González Pedrero. Y ya como militante de la oposición.

Sostenía este columnista, en esa entrevista,  que al pueblo “no le gustaban los métodos de Andrés Manuel López Obrador. Pueden conducir a la violencia y a la gente no les gusta la violencia”.

“People don`t like his methods”, said Erwin Macario Rodríguez, a spokesman for de PRI in Tabasco. “They can lead to violence. And people don`t like violence”, sintetizó, la ganadora del Premio Pulitzer por reportaje internacional.

“Guerrero que tiene su mayor batalla en México”, calificó entonces el periódico citado a nuestro paisano. Guerrero considerado peligroso. “So divisive is the firestorn over López Obrador that observers for Mexico`s catholic bishops to Wall Street analyst have warned that it could lead to dangerous instability in the country of 106 million”, escribió Mary Jordan.

Tan divisiva es la tormenta de fuego sobre López Obrador que los observadores de los obispos católicos de México ante el analista de Wall Street han advertido que podría provocar una inestabilidad peligrosa en el país de 106 millones.

En el 2006 le robaron la elección. Su contrincante del PRI entonces, tabasqueño también, Roberto Madrazo ha confesado recientemente que hubo fraude contra AMLO a favor del candidato panista Felipe Calderón.

Era la segunda vez, con certeza, que le arrebataban la Presidencia de la República a la izquierda. En 1988 el operador del fraude fue Manuel Bartlett Díaz que como responsable del organismo electoral federal, entonces Instituto Federal Electoral, declaró que se había caído el sistema y al reestablecerse apareció como ganador Carlos Salinas de Gortari, con 50 por ciento de los votos. El fraude fue contra Cuauhtémoc Cárdenas.

Bartlett fue premiado 30 años después por el actual presidente, no sólo con la senaduría y el liderazgo del Senado y después con la Comisión Federal de Electricidad —donde enfrenta al gobernador Adán Augusto López Hernández y a los tabasqueños que estuvieron en resistencia y no pago de energía eléctrica azuzados por el propio AMLO— sino con pública y permanente defensa presidencial ante acusaciones de riqueza inexplicable dado el número de propiedades que ostenta.

Bartlett también hizo fraude en Chihuahua contra el panista Francisco Barrios Terraza. Su cuasipaisano Manuel Gurría Ordóñez operó para que Fernando Baeza Meléndez fuera el gobernador. Fraude patriótico le llamó Bartlettl a la sazón secretario de Gobernación.

El “dangerous” AMLO, según declaró en Telerreportaje Roberto Madrazo, 12 años después del fraude, iba arriba de Felipe Calderón en las actas en poder del candidato presidencial priísta, quien dijo que no entregó las actas donde se demostraba el triunfo de López Obrador porque «nadie me las pidió» y aseguró que el costo político de darlas a conocer hubiese «dinamitado la vida democrática del Instituto Federal Electoral, del sistema político y la vida democrática del país».

AMLO, esa primera vez, ese 2006, no  provocó una inestabilidad peligrosa en el país de 106 millones, como advertía el Washington Post.

Doce años después, en 2018, de los ya 124 millones de mexicanos, 30 millones de electores —de una lista nominal con derecho a sufragio de 89 millones 834 mil 977 electores—  lo hacen presidente de la República. Indiscutible triunfo. Como lo fue el triunfo del PRI en 2012 cuando Enrique Peña Nieto le ganó la Presidencia de la República “con un porcentaje de votos mucho menor de lo esperado, pero suficiente para dificultar cualquier cuestionamiento a su triunfo”.

Si bien, en 2018, López Obrador amenazó con soltar el tigre de la violencia, su triunfo con la tercera parte de los mexicanos con credencial de elector, aminoró la peligrosidad con que lo identifican en el extranjero. Tampoco lo hizo en el 2006 por el silencio del candidato  Madrazo, que no reconoció el triunfo del panista pero tampoco aportó sus listas para documentar la protesta de AMLO. «Yo le apostaba que hubiera recuento, si el IFE hubiera tomado la decisión de hacer el recuento como exigía una parte de la oposición que contendía, casilla por casilla y voto por voto, yo sabía que podía ser un recuento favorable para López Obrador, pero esa no era mi lucha», declaró con cinismo Roberto Madrazo, 12 años después de esa elección.

Tampoco hubo el AMLO “dangerous”  en el 2012, ante los sufragios suficientes a favor del PRI que impidió cualquier cuestionamiento. En parte le sirvió al sistema político en el que hoy ejerce el poder.

Pero el tigre está ahí. En el fanatismo de gran parte de esos 30 millones hacia el nuevo tlatoani.

Una veneración que raya en el apoyo grotesco de la plebe a los dictadores de la historia, que bien pintan las novelas del tema o el cuento El matadero, de Esteban Echeverría.

Un tigre que cotidianamente es azuzado, en “las mañaneras”, contra la prensa que se atreva a molestar al presidente. Un tigre que ha dado aislados zarpazos contra el mismo Ejército, al que han agraviado con saldo trágico, todavía menor. El tigre enmascarado que, como en los tiempos pasados, toma la calle y se confunde para provocar represión contra los que se manifiestan en defensa de sus derechos…

No nos gustan los métodos de AMLO.