“Con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, nos va a ganar siempre. Solamente con la palabra de Dios se le puede derrotar, por eso hemos optado por Jesús”, subrayó.
Ante miles de personas congregadas en los campos del Centro de Estudios de Ecatepec, Francisco recordó el inicio de la Cuaresma, un periodo de penitencia para los católicos y que dura 40 días antes de la celebración de la Pascua.
Aseguró que en este tiempo los fieles deben luchar contra esas amenazas que “encierran” y “buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del evangelio”.
“La riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o para los míos. Es tener el ‘pan’ a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida”, explicó.
“Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos”, agregó.
Señaló a la vanidad como la búsqueda de prestigio con base en la descalificación continua y constante de los que “no son como uno” y el deseo exacerbado de los “cinco minutos de fama” que no perdona la fama de los demás, “haciendo leña del árbol caído”.
Añadió que el orgullo es colocarse en un plano de superioridad, sentir que no se comparte “la común vida de los mortales” y de aquel que reza todos los días: “Gracias Señor porque no me has hecho como ellos”.
Entonces cuestionó hasta dónde la gente se ha habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo están la fuente y la fuerza de la vida.
Según el pontífice, la Cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza de quien se siente hijo de un Dios que quita las ropas del cansancio, de la apatía y de la desconfianza.
“Cuaresma, tiempo de conversión porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira, por aquel que busca separarnos, generando una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos”, continuó.
Aseguró que todos han podido experimentar, en la propia carne o de la familia, el dolor de no sentir reconocida la dignidad que todos llevan dentro.
“Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena”.
“Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones”, ponderó (Notimex)