Violeta Barrios de Chamorro, quien llegó a la presidencia de Nicaragua en 1990 como una figura de unidad tras la guerra civil y fue la primera mujer elegida para gobernar un país centroamericano, murió el sábado por la mañana en su apartamento de San José, Costa Rica. Tenía 95 años.
Su muerte fue confirmada por su hijo Pedro Joaquín Chamorro, quien dijo que llevaba muchos años delicada de salud.
Violeta Barrios de Chamorro pasó al primer plano de la política nicaragüense tras el asesinato de su marido, Pedro Joaquín Chamorro, director de un periódico, una figura crítica con los revolucionarios sandinistas de izquierda y un feroz opositor a un némesis compartido: la dictadura de la familia Somoza, que comenzó durante la presidencia de Anastasio Somoza García en 1936.
Barrios de Chamorro fue presidenta en la década de 1990, al final de un periodo en el que el país había sido conmocionado por la guerra. La gestión cotidiana del gobierno la delegó a un yerno y se posicionó como un símbolo de unidad en un país profundamente dividido.
Su agenda política generó rechazo tanto de la izquierda como de la derecha. Sin embargo, en los últimos años, las encuestas de opinión pública sugerían que era la figura más admirada de Nicaragua, un símbolo de reconciliación teñido en un aura de profunda fe católica similar a la de una virgen maternal.
Violeta Barrios nació el 18 de octubre de 1929 en la ciudad nicaragüense de Rivas, cerca de la frontera sur con Costa Rica, hija de Carlos Barrios Sacasa, un ganadero, y Amalia Torres. Era una familia adinerada y sus antepasados se remontan a un oficial español que llegó a Nicaragua en 1762. Entre sus otros antepasados se encontraban aristócratas, terratenientes y dos presidentes nicaragüenses.
Barrios asistió a internados católicos y luego pasó temporadas en escuelas de Texas y Virginia. En 1950 se casó con Pedro Joaquín Chamorro, hijo de una de las familias más prominentes del país y descendiente de varios presidentes.
“Nunca sospeché lo que vendría después”, escribió Barrios de Chamorro en su autobiografía, Sueños del corazón (1996).
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(The New York Times).