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La reaparición del Tlatoani

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Testigo fiel
Por: Jesús Torres
La reaparición del Tlatoani

La reaparición de Andrés Manuel López Obrador, reavivó el debate inevitable sobre el peso de la herencia que dejó a un país desgastado, fracturado y atrapado en una crisis que hoy siguen creciendo como una sombra que no se disipa.

Mientras el expresidente intenta reposicionarse como voz moral del movimiento que él mismo creó, la realidad que dejó atrás lo alcanza con la fuerza de los pendientes no resueltos como la inseguridad, un país endeudado y convulsionado en todas las líneas de tensión social, económica y política.

La principal crítica que lo persigue y que se reactiva cada vez que aparece públicamente es el deterioro en materia de seguridad.

Los niveles de violencia no descendieron, y en muchas regiones se consolidaron estructuras criminales que hoy funcionan como poderes fácticos con un saldo de más de 200 mil asesinatos durante su sexenio.

Su promesa de “abrazos, no balazos” terminó convertida en un eslogan vacío, incapaz de frenar la expansión de grupos armados, el control territorial y las economías ilícitas que condicionan la vida cotidiana de miles de mexicanos.

Con cada aparición de AMLO, resurgen los señalamientos de víctimas, organizaciones y expertos que consideran que su enfoque debilitó al Estado en regiones donde el crimen ya no compite, sino gobierna.

Otro flanco abierto es el económico. El discurso de que dejó “finanzas sanas” no resiste el escrutinio profundo. El país carga hoy con niveles de deuda que se dispararon, con proyectos emblemáticos que no han demostrado viabilidad económica y con presiones fiscales que chocan contra un crecimiento estancado.

Las cifras oficiales pueden debatirse, pero la percepción generalizada en sectores productivos es clara, el país se quedó sin margen de maniobra. La inversión privada se frenó por años, la infraestructura pública quedó marcada por improvisación y sobrecostos, y los resultados pese a la narrativa triunfalista dejaron más deudas que certezas.

A ello se suma el clima de polarización social y política que sembró desde el poder y que sigue germinando en el debate público. AMLO vuelve, y automáticamente retornan los discursos de confrontación, las descalificaciones, el “ellos contra nosotros” que dividió a instituciones, comunidades académicas, organizaciones civiles y familias completas.

Su presencia es un recordatorio del país crispado que dejó un ecosistema político fracturado, donde la crítica era tratada como traición y donde la rendición de cuentas se sustituyó por conferencias mañaneras interminables, pero vacías de autocrítica.

El regreso del Tlatoani tan polarizante reactiva la tensión. Para muchos, es como abrir de nuevo una herida que no terminó de cerrar y que sigue sangrando.

Llamarla “herencia maldita” no es una exageración narrativa es la forma en que una parte significativa de la opinión pública define el conjunto de crisis que el país enfrenta hoy gracias a su mal gobierno.

Una herencia que no solo se mide en indicadores, sino en percepciones, en desesperanza acumulada, en la sensación de que se perdió tiempo vital en disputas ideológicas mientras el país se deterioraba en cámara lenta.

Si algo deja claro la reaparición de AMLO es que su figura pública nunca se retiró del todo. Su presencia sigue siendo un factor de tensión, un punto de fricción. Y también un recordatorio de que el país aún carga con las consecuencias de decisiones que marcaron a una generación entera.

Hoy México sigue intentando recomponer lo que se fracturó.
Y cada vez que López Obrador vuelve al escenario, inevitablemente vuelve con él el peso de esa herencia que muchos no han perdonado y que otros intentan justificar, pero que nadie puede ignorar.