La autora bielorrusa Svetlana Alexievich ganó el Premio Nobel de Literatura «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo», dijo la Academia Sueca este jueves al adjudicar el reconocimiento de 8 millones de coronas suecas (972,000 dólares).
“Por medio de su método extraordinario, un cuidadosocollage de voces humanas, Alexievich profundiza nuestra comprensión de toda una época”, dijo la Academia Sueca.
“Ella inventó un nuevo género literario. Ella trasciende formatos periodísticos y ha continuado el género que otros han ayudado a crear”, dijo Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca.
“Si se quitan sus obras de las estanterías habría grandes agujeros. Eso dice mucho acerca de lo única que es”, agregó.
El de Literatura es el cuarto premio Nobel que se entrega este año. El galardón lleva el nombre del inventor de la dinamita Alfred Nobel y se otorga desde 1901 por los logros en la ciencia, la literatura y la paz.
La documentalista del fracaso de la utopía soviética
Alexievich es una maestra del reportaje literario, género con el que relata con toda su crudeza el fracaso de la utopía soviética.
«El hombre soviético no ha desaparecido. Es una mezcla de cárcel y guardería. No toma decisiones y simplemente está a la espera del reparto. Para esa clase de hombre la libertad es tener veinte clases de embutido para elegir», dijo a EFE al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (2013).
A la imagen y semejanza de una arqueóloga, Alexievich se sumerge con la ayuda de cientos de entrevistas en los acontecimientos más traumáticos que han marcado la vida delhomo sovieticus como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la catástrofe de Chernóbil y la desintegración de la URSS.
Alexievich no se queda anclada en el pasado, sino que documenta de manera muy crítica el derrotero que han tomado desde 1991 países como Rusia, a cuyo presidente, Vladimir Putin, acusa de llevar a su país al medievo con su «culto a la fuerza».
De padre bielorruso y de madre ucraniana, Alexievich nació el 31 de mayo de 1948 en el oeste de Ucrania, aunque posteriormente su familia emigró a la vecina Bielorrusia.
Trabajó como profesora de historia y de lengua alemana, aunque pronto optó por dedicarse a su verdadera pasión, el reportaje, y, de hecho, en 1972 se licenció en la Facultad de Periodismo de Minsk y ejerció como redactora en varios diarios de su país.
Su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer (1983), le costó un daño por parte de las autoridades soviéticas, que le acusaron de naturalismo y pacifismo, duras críticas en esos tiempos que impidieron su publicación.
Aunque ingresó en 1984 en la Unión de Escritores de la Unión Soviética, no pudo publicar hasta la llegada de la Perestroika en 1985 el primer libro de su ciclo El hombre rojo. La voz de la utopía.
Traducida a más de 20 idiomas, el libro narra el inconmensurable coste de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-45), como se conoce en esa zona del mundo, la Segunda Guerra Mundial.
Aunque la mayoría de los soldados soviéticos fueron hombres —cerca de un millón de mujeres sirvieron en el Ejército Rojo—, las mujeres sufrieron tanto en el frente de batalla como en la retaguardia como madres, hijas y hermanas.
Ese mismo año se publicó también Últimos testigos, relatos que fueron muy alabados por la crítica como precursores de la «nueva prosa bélica» y que recoge las voces de aquellos que vivieron de niños (6-12 años) la contienda.
La Guerra de Afganistán, acontecimiento que precipitó la desintegración soviética, es el protagonista de Los chicos del zinc (1989), pero desde el punto de vista de los veteranos y de las madres de los caídas en el país centroasiático.
Para escribir esa obra, Alexievich dedicó cuatro años a viajar por la Unión Soviética e incluso visitó Afganistán, pero su publicación estuvo rodeada por la controversia, ya que la escritora fue acusada de profanar la memoria de los héroes de la guerra.
Una vez consumada la caída de la Unión Soviética, Alexievich dio una nueva vuelta de tuerca en su investigación sobre el fracaso de la utopía comunista con Hechizados por la muerte, un reportaje literario sobre el suicidio de aquellos que no soportaron el fracaso del mito socialista (1994).
Voces de Chernóbil (1997) documenta las vivencias orales sobre el trauma que supuso la mayor catástrofe nuclear de la historia de la humanidad (1986) y que puso de manifiesto la amenaza que el fallido proyecto soviético representaba para el resto del mundo.
Alexievich cerró el ciclo sobre el homo sovieticus con Tiempo de segunda mano, publicada en 2013, un año en el que sonó como una de las favoritas al Nobel.
En su opinión, el título de ese libro alude a que los soviéticos viven de prestado, ya que no estaban preparados ni para la Revolución Bolchevique, ni para la Perestroika, ni para la pesada carga de libertad que trajo la caída del sistema comunista.
«El homo sovieticus nunca ha tenido experiencia de libertad o democracia. Creímos que nada más derribar la estatua de (el fundador del KGB, Félix) Dzherzhinski, seríamos Europa. La democracia es un trabajo duro que lleva generaciones», indicó.
La escritora rememora el viejo debate entre Alexandr Solzhenitsin —»el campo de trabajo hace al hombre más fuerte»— y Varlam Shalamov, quien opinaba que «el campo destruye al hombre, ya que al salir ya no puede seguir viendo, pues cree que el mundo entero es ungulag».
Los interlocutores de Alexievich están atenazados por un profundo «sentido derrotista», no tanto por la decepción que supuso la caída de la Unión Soviética, sino por el fin de un gran imperio.
Comparada a menudo con Solzhenitsin y con el polaco Ryszard Kapuscinski, la bielorrusa, autora de tres piezas teatrales y de 21 guiones para cine, prepara ahora una nueva novela que se aleja de su ciclo rojo: el amor.
Con información de Reuters y EFE