Fueron necesarios 24 agónicos días desde el desastroso debate que lo enfrentó a Donald Trump para que Joe Biden se rindiera a la evidencia: el presidente de Estados Unidos anunció este domingo en un mensaje en la red social X que, a sus 81 años, ceja en el empeño de presentarse a la reelección el próximo mes de noviembre.
“A mis compatriotas”, empieza el mensaje. “En los últimos tres años y medio hemos hecho grandes progresos como nación”. A continuación, Biden presume de que la economía estadounidense es “la más fuerte del mundo”, que bajo su mandato se bajó el precio de los medicamentos y se aumentaron las prestaciones sanitarias, que se aprobó la primera ley para el control de armas en treinta años y que el Supremo vio ingresar a la primera afroamericana de la historia. Nada de todo eso fue suficiente para que los suyos aflojaran la presión para que renunciara.
El mensaje por sorpresa de este domingo abre una etapa de incertidumbre de consecuencias imprevisibles y pone fin a casi cuatro semanas de dudas sobre sus aptitudes físicas y mentales para continuar cuatro años más en la Casa Blanca, y de presiones in crescendo, en público y en privado, de donantes, estrategas, analistas, medios de comunicación, senadores, congresistas y de sus líderes en ambas Cámaras, Chuck Schumer y Hakeem Jeffries, así como de figuras tutelares del Partido Demócrata como Nancy Pelosi o el expresidente Barack Obama.
Primero, fue el “pánico” que sintieron sus simpatizantes al verlo errático, de lapsus en lapsus, en el plató televisivo que la CNN destinó en Atlanta al primer debate presidencial. Después vieron el editorial de The New York Times que pedía su renuncia y los primeros legisladores demócratas en apuntarse en la lista de quienes le rogaban que lo considerara y que fue engordando en cantidad y en prominencia de sus abajo firmantes hasta superar la treintena. Finalmente, Biden, que pasó todo ese tiempo defendiendo su capacidad para desempeñar el cargo y vencer a Trump, pese a las evidencias en contra, cedió a las presiones, y tomando una decisión histórica, que asoma Estados Unidos a un territorio desconocido.
La incógnita más urgente parece resuelta: Kamala Harris será la escogida por el partido para sucederla en la papeleta de noviembre, aún no está claro acompañada por quién. Cuando Biden la escogió en las elecciones de 2020 como segunda de a bordo, lo hizo por el simbolismo de presentar a alguien que se convertiría en la primera mujer y en la primera persona negra y de ascendencia asiática en ocupar la vicepresidencia, pero también por su edad. Harris tiene 59 años, y Biden hizo campaña en aquellas elecciones presentándose como un mero “puente” a las nuevas generaciones.
Para cuando batió el récord como el presidente más longevo de Estados Unidos ya había cambiado de idea, y en abril de 2023 lanzó su candidatura para renovar en el que tal vez sea el oficio más difícil del mundo: líder de la primera potencia mundial. Las dudas sobre si estaba en condiciones de desempeñarlo vienen de mucho más atrás que del debate del 27 de junio, aunque tanto su Administración como sus aliados y los medios liberales tendieron a minimizarlas. La primera señal de alarma seria llegó este año, cuando el fiscal especial Robert Hur, encargado de investigar el manejo que Biden hizo de los papeles confidenciales que aún poseía sin permiso tras dejar su cargo como vicepresidente de Obama (2009-2017), contó en su informe que el presidente se mostró incapaz de recordar el nombre de su hijo, Beau, fallecido en 2015, y lo definió como “un anciano con mala memoria”. (El País).