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El grito que ya no puede ignorarse

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Testigo fiel
Por: Jesús Torres
El grito que ya no puede ignorarse

La paciencia se agotó. En distintos estados del país, transportistas y productores agrícolas salieron a las carreteras para protestar contra un enemigo común que lleva años carcomiendo su trabajo y tranquilidad.

Nos referimos, por supuesto a la inseguridad imparable, la extorsión criminal y la ausencia cada vez más evidente de apoyos y respuestas por parte del gobierno federal.

Los bloqueos, marchas y caravanas de los últimos días han tenido un mensaje claro, que ya no basta con discursos, promesas o llamados a la calma.

El campo y el transporte, dos sectores esenciales para la economía nacional, están hartos de cargar solos con el costo de un país donde mover mercancías se ha convertido en un acto de riesgo y sembrar se ha vuelto una actividad casi heroica.

Los transportistas denuncian que las carreteras se han convertido en zonas de cacería para grupos delictivos por los robos violentos, secuestros exprés, desapariciones de operadores y cobro de cuotas que se han normalizado en rutas que antes eran seguras.

Vamos, el autotransporte de carga hoy circula más mirando el retrovisor que el horizonte.

Los productores, por su parte, viven una doble eextorsió, la del crimen organizado, que cobra derecho de piso para permitir cosechar o comercializar, y la del abandono gubernamental, que recortó programas, eliminó apoyos y dejó al campo dependiendo de su propia suerte. Muchos ya no protestan por crecer o mejorar sino por sobrevivir.

De norte a sur, las protestas fueron creciendo como un síntoma y un aviso. No se trata de un hecho aislado, sino de la confirmación de que la inconformidad nacional se está desbordando.

Transportistas estacionaron sus unidades, productores salieron con tractores y maquinaria, y juntos lanzaron la misma exigencia, seguridad real, freno a la extorsión y una política de apoyo que deje de ignorar la crisis que vive el campo mexicano.

La narrativa gubernamental insiste en que “todo va bien”, mientras quienes producen los alimentos y los transportan viven una realidad opuesta. Cada robo, cada asesinato de un operador, cada llamada extorsiva contradice el optimismo oficial.

El gobierno federal ha escuchado estos reclamos durante años, pero las soluciones no llegan o llegan a cuentagotas. Y mientras tanto, la violencia avanza y los costos para los sectores productivos se hacen insostenibles.

Los transportistas y productores están en un punto de quiebre y exigen acciones inmediatas como mayor presencia y vigilancia real en carreteras, estrategias directas contra las bandas que extorsionan y controlan rutas, políticas de apoyo al campo que realmente funcionen y diálogo serio, no reuniones mediáticas ni promesas que se esfuman.

México no puede darse el lujo de ignorar a quienes mueven su economía. Sin transportistas no hay comercio, sin productores no hay alimentos. Y sin seguridad, ninguno de los dos sectores puede trabajar.

Las protestas de estos días no son solo un reclamo sectorial, sino una radiografía del país donde la inseguridad ha rebasado límites y en el que el gobierno federal sigue atrapado entre la negación y la insuficiencia.

El mensaje de transportistas y productores fue contundente, esto es, no están dispuestos a seguir arriesgando la vida mientras el gobierno mira hacia otro lado.

Las carreteras ya hablaron, el campo ya habló, ahora, falta que el gobierno escuche.