Calles, avenidas, parques y diversas zonas arboladas en Tabasco se visten de color amarillo, naranja, rosa o lila de distintas tonalidades con la llegada de la primavera, época en la que florecen los guayacanes, macuilis y framboyanes.
Hacia finales de los meses de marzo y primeras semanas de abril de cada año, los árboles sembrados a orillas de avenidas como Paseo Tabasco, Usumacinta, Colegio Militar, 27 de Febrero y Velódromo de Ciudad Deportiva, dan paso al multicolor.
Parques como “Tomás Garrido”, La Pólvora, a orillas de carreteras, prácticamente en todo el estado y las ciudades donde esas especies de árboles abundan, muestran un paisaje único y con corta duración.
Por lo general, entre el comienzo de la floración, su permanencia y posterior caída, transcurren seis días, cuando debajo del tronco y las ramas desnudas, se forman especies de alfombras florales con los colores tradicionales del guayacán, framboyanes y macuilis.
Su florecimiento coincide también con el inicio de actividades de la Feria anual, donde las jóvenes representantes de cada uno de los 17 municipios lucen el traje tabasqueño típico, con faldas estampadas y blusas con tiras bordadas de flores.
Es tan arraigado en Tabasco el gusto por estos árboles que fraccionamientos, calles, glorietas y embarcaderos sobre el río Grijalva han sido bautizados con sus nombres.
Incluso, compositores tabasqueños han escrito canciones alusivas a su color y temporalidad, como es el caso de Manuel Pérez Merino, cuyo nombre lleva una calle cerca del Paso Macuilis a orillas del río Grijalva y quien compuso Primavera Tabasqueña.
En la canción expresa: “cuando florecen los guayacanes y macuilises, como de un sueño despierta el alma del tabasqueño, el pueblo canta, el sol nos quema, y toda entera se nos entrega la primavera”.
De igual manera, la extinta comunicadora de radio, Hilda del Rosario de Gómez, compuso Macuilis, flor de amor, que entre sus estrofas refería “la ilusión del mes de abril, de un Tabasco engalanado con el tierno macuilis, que lo pinta de rosado”.
“Puede variar su color, desde el blanco, lila al rosa, el que prefiera mejor, de esta flor maravillosa. Las calles en el sopor, con los pétalos de alfombra, las despierta tu color y al pavimento sonroja, flor de amor”, versa la canción.
Otro tema alusivo a este colorido que ofrecen los árboles es la canción, La leyenda del Guayacán, de Mario Vázquez Alfaro, en la cual resalta que año con año nos regala su torrente de color y la dicha de contemplarlo.
“Tierras de calor y torrenciales aguaceros, que vio salir al sol y al arcoíris esplendor, y el guayacán que ni un color había tenido, de esos tantos colores, el más brillante se robó, para teñir sus flores de amarillo tan radiante”.
El tabasqueño Ruperto Magaña Nieto, miembro de la Sociedad de Escritores, Letras y Voces de Tabasco, escribió un cuento que se incluyó en el libro “Tata, cuéntame un cuento”, llamado Matlacuahuitl (guayacán).
En él cuenta la historia de una aldea con hombres de piel morena y cabello negro en la que nació un niño con cabello amarillo como el sol, al que llamaron matlacuahuitl y fue bien recibido por toda la aldea, ya que se pensaba que los dioses tenían algo bueno destinado para él.
En la aldea Potonchán, conoció a Malitzin, que se convirtió en una de las doncellas más hermosas, no sólo de la aldea sino de toda la región, se comprometieron en matrimonio y juraron no separarse jamás y si alguien partía el otro lo esperaría por siempre.
Al día siguiente unas embarcaciones muy raras llegaron por el río, Tabscoob el jefe de la aldea citó entonces a todos los jóvenes a prepararse para la batalla, que al final perdieron y el joven Matlacuahuitl cayó herido.
Después de algunos días de convalecencia recobró el sentido e inmediatamente fue a buscar a su amada Malitzin, pero no la encontró, porque era costumbre en la aldea, Tabscoob la había ofrecido como ofrenda a sus conquistadores y estos se fueron llevándosela.
El joven guerrero se dispuso a esperarla, con la esperanza de que ella cumpliera su promesa de regresar a jugar con su cabello amarillo, se retiró a un lugar cerca del río y, enterrando su mazo en la tierra, esperó por muchos días hasta morir.
Ese mazo floreció y, desde entonces, cada año, al llegar la primera luna llena de primavera hay un árbol que acude a la cita a esperar a su amada y podemos ver de nuevo los cabellos amarillos como el sol. Es el joven matlacuahuitl que aguarda a su amada Malitnzin.
El fugaz colorido suele en ocasiones combinarse al mismo tiempo, pero también suele ocurrir que alguno de ellos retrasa su florecimiento y entonces se escalonan las tonalidades.
Una vez desnudas las ramas de los guayacanes, macuilis y framboyanes, de nuevo comienzan a reverdecer con sus hojas a lo largo del resto del año, hasta que de nuevo al inicio de la primavera siguiente les brota de nuevo su color. (Notimex)